He reflexionado mucho sobre las complejidades que rodean a los niños y adolescentes con Trastorno del Espectro Autista (TEA) en estos tiempos.
¿Por qué hablar de inclusión si el TEA es una condición que forma parte de la diversidad humana? ¿Acaso hablamos de incluir a personas con cabello rubio o pelirrojo?
Sin embargo, la realidad es que el TEA afecta al 2.7% de la población, y las diferencias dentro de este espectro son tremendas.
Algunos niños o adolescentes no tienen lenguaje, carecen de intención comunicativa, no controlan sus esfínteres y necesitan usar casco permanentemente para evitar lastimarse. Mientras tanto, otros pueden ser adolescentes con buen rendimiento escolar, deseosos de tener amigos o una pareja, lo que crea un abismo entre los extremos.
Por eso, considero que si bien la inclusión es necesaria, debemos entender que no se trata de dar lo mismo a todos, sino de brindar a cada uno lo que realmente necesita. A menudo, en nuestra sociedad, nos vemos obligados a “incluir” a niños en entornos educativos donde no pueden aprovechar el aprendizaje ni relacionarse con sus pares. Las escuelas interpretan la inclusión como simplemente ofrecer el espacio, pero ¿es eso realmente inclusión? No estoy segura. Estas son solo algunas ideas que rondan en mi mente en este sábado lluvioso.