De la obediencia al despotismo.

Cada vez más frecuentemente, las consultas se centran en las dificultades que los padres enfrentan al manejar las conductas de sus hijos. Observamos una disminución en el número de niños que obedecen sin cuestionar las instrucciones de sus padres, lo que suscita interrogantes sobre el cambio en el comportamiento infantil a lo largo del tiempo.

Surge la reflexión sobre la transformación de niños que solían responder ante la autoridad adulta con prontitud y diligencia, contrastando con la actualidad, donde los niños tienden a debatir, desafiar e incluso recurrir a la confrontación física para obtener lo que desean de sus progenitores. Si bien algunos de estos comportamientos pueden ser atribuidos a condiciones biológicas, como trastornos de oposicionismo desafiante, resulta evidente que el nivel de descontrol es desproporcionado.

Una posible explicación radica en la actitud de muchos padres, quienes, influenciados por una concepción moderna de la crianza, fomentan la libre expresión de los deseos y opiniones de sus hijos, a menudo sin establecer límites claros. Esta excesiva flexibilidad puede haber generado una dinámica en la que los niños sienten que pueden obtener lo que quieren sin enfrentar consecuencias significativas.

Además, persiste la creencia errónea de que el enojo es necesario para imponer límites a los niños, cuando en realidad la firmeza no implica violencia ni agresión. Es fundamental adoptar un enfoque claro, conciso y respetuoso al establecer normas y límites, evitando discursos prolongados que suelen resultar ineficaces, especialmente con niños pequeños.

Estos niños, criados en un entorno donde sus deseos son priorizados y la frustración es minimizada, pueden desarrollar una percepción distorsionada de la realidad, creyendo que el mundo está a su disposición y que sus demandas deben ser satisfechas de inmediato. Sin embargo, esta falta de exposición a la frustración y al esfuerzo puede limitar su capacidad para afrontar los desafíos de la vida de manera adecuada.

Es esencial reconocer que los niños necesitan adultos que los guíen proporcionándoles un entorno estructurado que fomente su crecimiento emocional y desarrollo personal. Esto implica no solo satisfacer sus necesidades inmediatas, sino también brindarles las experiencias de frustración y aprendizaje necesarias para su desarrollo integral.

Por lo tanto, la crianza efectiva requiere un equilibrio entre la satisfacción de las necesidades del niño y la imposición de límites y expectativas, lo que les permitirá desarrollar habilidades emocionales y cognitivas fundamentales para enfrentar los desafíos de la vida con resiliencia y adaptabilidad.

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