Jóvenes y vínculos en la era digital: una conexión fragmentada

Hace unos días comencé a reflexionar sobre un fenómeno que se repite en distintas historias que escucho: ¿qué está pasando con los jóvenes y su forma de vincularse entre ellos?

Cada vez más chicas llegan a consulta con una sensación de aislamiento y exclusión. Relatan cómo sus amigos y compañeros parecen alejarlas sin explicación. Descubren a través de redes sociales que los encuentros grupales suceden sin ellas, notan que los grupos de WhatsApp en los que antes participaban han quedado en silencio, hasta que, sin previo aviso, ya no forman parte de ellos. Poco a poco, dejan de ser protagonistas en sus círculos sociales y se convierten en meros espectadores de la vida de los demás.

Han sido “ghosteadas”. Pero, ¿por qué? No lo saben. ¿Hicieron algo para merecer esa exclusión? Tampoco lo saben.

Sin embargo, la sensación es la misma en cada relato: creen ser las únicas a las que les sucede.

Desde los paradigmas diagnósticos tradicionales, podríamos analizar esto como una posible falla en sus habilidades sociales. Quizás pensaríamos en problemas de integración, falta de asertividad o dificultades para adaptarse a ciertos códigos de comunicación propios de la adolescencia. Sin embargo, ¿realmente se trata de un déficit individual o estamos frente a un fenómeno social más amplio y estructural?

Vivimos en una época donde las interacciones han cambiado radicalmente. Antes, la pertenencia a un grupo se medía en la frecuencia de los encuentros cara a cara, en el compartir espacios físicos, en la complicidad de una charla en el recreo o en una salida improvisada.

Hoy, el sentido de inclusión y aceptación parece definirse en términos de seguidores, “likes” y visualizaciones en TikTok o Instagram. La tecnología ha permitido acortar distancias, pero, paradójicamente, también ha generado nuevas formas de exclusión y soledad.

La exclusión digital y sus efectos en la salud mental

El ghosting no es solo un fenómeno de las relaciones románticas; en la adolescencia, está presente en la dinámica de la amistad y la pertenencia social. Ser ignorado en redes, quedar fuera de planes sin previo aviso, notar que la interacción disminuye sin explicación, puede generar un profundo impacto en la autoestima de los jóvenes.

El cerebro adolescente es particularmente sensible a la aprobación social. En esta etapa, se está construyendo la identidad, y la validación del grupo es fundamental para el desarrollo de la confianza en uno mismo. Cuando esa validación se retira de manera abrupta, sin una razón clara, se genera angustia, ansiedad y una sensación de inseguridad que puede derivar en problemas emocionales más graves, como la depresión o el aislamiento social voluntario.

Además, la inmediatez con la que se accede a la vida de los demás a través de redes sociales refuerza la percepción de exclusión. No solo se pierde el contacto, sino que se puede observar en tiempo real cómo los demás siguen adelante sin uno. Esto amplifica la sensación de rechazo y puede alimentar pensamientos distorsionados como “no soy suficiente”, “no le importo a nadie” o “algo debo haber hecho mal”.

¿Cómo abordar este fenómeno?

Hoy, en el Día del Bienestar Mental Adolescente, me pregunto: ¿cómo llamamos a esta nueva forma de exclusión social digital? ¿Estamos frente a un problema de salud mental emergente que aún no hemos terminado de comprender? ¿Qué herramientas les estamos brindando a los jóvenes para enfrentar esta realidad?

Es fundamental que, como sociedad, empecemos a generar espacios de diálogo y contención para los adolescentes. Necesitamos educar en el uso saludable de las redes sociales, fomentando la importancia de los vínculos reales y la comunicación honesta. También debemos trabajar en la construcción de una autoestima sólida que no dependa exclusivamente de la validación externa.

Además, es clave que las familias y las instituciones educativas estén atentas a estos cambios en la dinámica social de los jóvenes. No se trata solo de “problemas de adolescentes” o de “cosas de chicos”. Se trata de un nuevo paradigma de interacción que está modificando la forma en que las generaciones más jóvenes construyen su identidad y su sentido de pertenencia.

La tecnología seguirá evolucionando, y con ella, las formas de relacionarnos. El desafío es encontrar el equilibrio entre lo digital y lo humano, entre la conexión virtual y el contacto real. Tal vez, la clave no esté en rechazar el avance de las redes, sino en aprender a utilizarlas de manera consciente, promoviendo un bienestar que no dependa únicamente de un “me gusta” o de la cantidad de personas en una lista de seguidores.

Porque, al final del día, lo que realmente necesitamos no es solo estar conectados, sino sentirnos acompañados.

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