Soy la Dra. Andrea Abadi, Psiquiatra Infanto Juvenil.
¿Son los profesionales de la salud mental considerados magos? Esta pregunta surge con frecuencia en mi práctica clínica, donde me encuentro diariamente con padres que llegan al consultorio en un estado de desesperación, agotados por haber recorrido un camino lleno de tratamientos prolongados, costosos y extenuantes. También observo a adultos desilusionados con los resultados de las intervenciones que hemos implementado. Ante esta realidad, me pregunto constantemente: ¿cuál es el límite para modificar la conducta de un niño? ¿Hasta qué punto puedo normalizar su situación conforme a las expectativas de sus padres?
El entorno digital está saturado de promesas engañosas de sanación, carentes de un fundamento teórico sólido. Existen sitios que proponen cambios drásticos en la alimentación infantil o terapias como enemas, argumentando que alteraciones en la microbiota intestinal son la “causa revelada” de diversos trastornos del desarrollo. Algunos tratamientos incluso resultan peligrosos, como el uso de cloro con la esperanza de que niños diagnosticados con autismo puedan desarrollarse sin obstáculos. Estas afirmaciones carecen del mismo rigor científico que poseen prácticas como la astrología o el uso de runas para tratar afecciones médicas.
Es comprensible que, ante la falta de respuestas científicas, los seres humanos busquen soluciones mágicas o sanaciones espirituales y esotéricas. Sin embargo, estas alternativas no son más que ilusiones que pueden ofrecer una mejora temporal en la percepción subjetiva de un síntoma, pero no curan condiciones como la discapacidad intelectual, el trastorno del espectro autista o el déficit de atención—diagnósticos que deben estar bien definidos a través de evaluaciones multidisciplinarias exhaustivas.
La evidencia científica ha avanzado significativamente en el entendimiento de diversas cuestiones psicológicas y conductuales en los últimos años. Además, nos ha enseñado que muchos comportamientos observables son el resultado de una compleja interacción genética entre ambos progenitores, quienes a su vez son producto de sus propias herencias familiares. Aunque las posibilidades de cambio pueden ser limitadas en algunas ocasiones o niñ@s, identificar áreas de fortaleza en el pequeñ@ puede permitir que los tratamientos terapéuticos se enfoquen en potenciar esas habilidades y mitigar su sufrimiento.
Es fundamental establecer expectativas razonables, medibles y basadas en evidencia dentro del proceso terapéutico. No se trata de alquimia; se trata de empoderar a los padres para que se conviertan en protagonistas activos en el proceso adaptativo de sus hijos, evitando dejar su bienestar en manos de charlatanes o prácticas pseudocientíficas. La colaboración entre profesionales y familias es esencial para fomentar un entorno propicio para el desarrollo saludable y sostenible del niño.